Eduardo Scheffler
Chico migraña
Updated: Nov 5, 2020

El dolor es un túnel profundo que inicia justo detrás de mi ojo derecho. Pulsa y llama de manera insistente. Una y otra vez.
Pero no quiere salir.
El dolor llama porque me exige que entre con él a ese corredor estrecho y oscuro. Laberíntico. Que me adentre en mí mismo.
A veces lo ignoro por días. Hago como si no estuviera.
Pero está.
En todo momento y en todo lugar. Es un fantasma en lo que miro, en lo que escucho, en lo que siento. Es al mismo tiempo sombra y eco.
Y cuando se cansa de esperar, se vuelve tan intenso que no me queda otra opción que perseguirlo. No vamos a ningún lado, pero de pronto el túnel está en el ojo izquierdo. Profundo. Profundo. Profundo. Conduce a un estómago revuelto gobernado por el asco. Cuando llegamos ahí, mi migraña y yo, comienzo a pensar que jamás podré regresar. Que permaneceré atrapado en su reino hasta el final de los tiempos, tratando de conciliar el sueño sobre una almohada húmeda con olor a alcanfor, a mentol. A dolor.
Alejarse de ella, de la migraña, me sigue pareciendo un absurdo acto de escapismo. Sin lógica ni sentido. Porque un buen día, sin entender cómo ni por qué, al despertar el dolor se ha ido. Ya no hay túneles detrás de mis ojos y de pronto, yo vuelvo a ser el mismo.