Eduardo Scheffler
Pequeño creyente

El pequeño E mira perplejo a su amigo J. No puede creer lo que le ha dicho en esa nublada tarde de diciembre justo a mitad del parque que recorren una y otra vez en sus bicicletas.
— ¿Sabes? Mi papá es Santa Claus.
La revelación lo transforma. Su imaginación infantil acuña conjeturas y explicaciones que le ayuden a comprender lo que le acaba de ser revelado.
Su mundo entero ha cambiado en una fracción de segundo: él ya no es el mismo y responde con un silencio que se extiende mientras pedalea sobre su bicicleta verde manchada de lodo y adornada con el número seis repasando, una y otra vez, las palabras de su amigo.
Cuando llegan a la casa de J se encuentran en el jardín a su padre. Serio como siempre, él los saluda.
— Hola niños, ¿cómo se portan?
El pequeño E lo observa con atención. Descubre esos ojos cafés detrás de sus gafas. El cabello oscuro y bien peinado igual que el bigote siempre cuidado, el lunar en la mejilla izquierda y esa boca en la que se dibuja el intento de una sonrisa detrás de un cigarrillo eternamente encendido.
E no puede responder a su pregunta. Solo trata de sonreír, aunque no está seguro de lograrlo. Porque la admiración por aquel hombre es absoluta y solo puede pensar en pedirle que le revele todos sus antiguos secretos.
¿Cuándo hubiera podido imaginar que el papá de J era Santa?