Eduardo Scheffler
Una canción indispensable

Más que un viaje de trabajo, lo describiría como un pequeño road trip. No recuerdo el año, aunque haciendo cuentas supongo que debe de haber sido en algún momento de 2006. Mi hijo mayor ni siquiera había nacido y yo todavía trabajaba en una empresa que le apostaba a los medios impresos y al arte de contar historias utilizando solamente palabras y fotografías.
Viajábamos a Morelia, aunque en realidad poco importa el destino. Entre mi jefe y yo había una extraña afinidad que rara vez se da en la vida laboral. Él era un exiliado de la industria publicitaria que había encontrado nuevo sentido en los medios impresos. Un tipo carismático, adicto a devorar kilómetros cada madrugada. Además, amante de la música. Un curioso explorador de rarezas musicales que compartía con quien estuviera dispuesto a escuchar.
Hoy es justo eso lo que recuerdo del pequeño viaje: la música que escuchamos en el camino.
Íbamos por turnos: él ponía una rola con alguna pequeña explicación y luego me tocaba a mí. A ambos nos emocionaba compartir con el otro algo que no conocía. Algo que abría las puertas a otro mundo, a otra voz, a otro artista.
Yo le puse a Tom Waits y él me recomendó a Skip Spence. Él compartió a Van Morrison y yo le platiqué de Blackfield.
A mitad del camino, poco antes de que se vislumbrara el lago de Cuitzeo en el horizonte, me preguntó: “¿Conoces a Enrique Urquijo?”.
Jamás había escuchado ese nombre. Los primeros acordes de la canción que puso me hipnotizaron. La voz profunda, melancólica, dirigida a alguien que no sabe de los hábitos de quien canta, me cautivó y me dolió al mismo tiempo. Era como si explicara eso que todos sabemos, pero que jamás seremos capaces de expresar.
“Aunque tu no lo sepas, me he inventado tu nombre. Me drogué con promesas y he dormido en los coches. Aunque tú no lo entiendas, nunca escribo el remite en el sobre, por no dejar mis huellas…”
Cuando terminó la canción, la puse de nuevo. Después me contó la historia de Urquijo.
Él había sido uno de los cantantes más emblemáticos del movimiento contracultural español conocido como La Movida Madrileña en los años ochenta; compositor, cantante, bajista y guitarrista de grupos como Tos, Los Secretos y Los Problemas. Todo el talento y la promesa de una carrera brillante se habían visto opacados (como tantas veces sucede) por la depresión y una sobredosis que terminó por matarlo luego de escapar de un centro de rehabilitación en el que intentaba librarse de sus sombras.
Enrique Urquijo fue encontrado muerto en un portal de la calle Espíritu Santo, en el barrio madrileño de Malasaña el 17 de noviembre de 1999.
Al investigar más en torno al origen de la canción, descubrí que en realidad fue compuesta por otro español, Quique González, inspirado por el poema de Luis García Montero que lleva el mismo nombre. González la escribió para que la voz de Urquijo la cantara en el álbum de 1998 “Desde que no nos vemos” (de Enrique Urquijo y Los Problemas).
A 23 años de distancia la canción sigue tan viva como el primer día.
Quizás más.
Ha sido reinterpretada por diversos artistas entre los que se encuentran El Canto del Loco, Xandra Garsem, Clara Lago, Miryiam Monforte y el mismo Quique González en una triste versión dedicada al cantante desaparecido. Aunque ni una sola se le acerca a la interpretación perfecta de Urquijo en esa carretera en un pequeño road trip hace demasiado, demasiado tiempo.